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La culpa no es de nadie

¿Sueles culpar a los demás de lo que te sucede? ¿Te sientes culpable acerca de situaciones que has vivido? ¿Qué conseguimos con el juego de la culpa?

Tendemos a pensar que lo que nos sucede viene de fuera, que son los factores externos los que nos hacen sentir de una manera determinada y, cuando lo que sentimos no nos gusta, señalamos a algo o a alguien como responsable de nuestra sensación. Al culpar al otro nos liberamos de nuestra responsabilidad. Sin embargo, olvidamos que al renunciar a la propia responsabilidad otorgamos el poder a los demás y nos convertimos en víctimas. “Culpar tiene un coste: la pérdida de nuestra libertad. Además, el papel de víctima trae consigo una auto-percepción de debilidad, vulnerabilidad e indefensión, que son los componentes principales de la apatía y la depresión”.

David R. Hawkins (1927-2012) fue doctor en medicina y filosofía, psiquiatra, escritor e investigador sobre la consciencia. Durante su vida obtuvo numerosos reconocimientos, entre otros, recibió el Premio Huxley por su “inestimable contribución al alivio del sufrimiento humano”. En su libro Dejar ir. El camino de la entrega, nos habla del apego y de todo lo que hacemos por mantenerlo y nos dice que “el miedo a la vida es en realidad el miedo a las emociones” Para Hawkins “los apegos crean una dependencia, y la dependencia, debido a su naturaleza, intrínsecamente lleva al miedo a la pérdida”. Y el miedo nos paraliza, “la mayoría de los “No puedo” son en realidad “No quiero”. Tras los “No puedo” o los “No quiero” con frecuencia hay un miedo” y donde hay miedo hay culpa.

La culpa es “una auto-condena y auto-invalidación de nuestra valoración y valor como ser humano”.

La cuestión es que siempre valoramos lo que nos sucede como bueno o malo, es automático, lo hacemos sin pensar: “¿Por qué debe algo ser siempre “fallo” de alguien? ¿Por qué debe ser introducido todo el concepto de “malo” en la situación en el primer lugar? ¿Por qué debe uno de nosotros estar equivocado, ser malo o culpable?”. No nos damos cuenta de que encontramos una gran recompensa al culpar a otro de nuestra desgracia: “Conseguimos ser inocentes; podemos disfrutar de la autocompasión; conseguimos ser mártires y víctimas, y conseguimos ser los destinatarios de la simpatía”. No es un deseo consciente sin embargo “es el propósito inconsciente de la culpa”. Lo importante es el deseo de obtener “el castigo de otra persona, y combinarlo con el autocastigo”.

“La culpa en sí misma engendra sentimientos negativos y los sentimientos negativos en y por sí mismos también engendran culpa”. Y hemos vivido durante tanto tiempo en este ciclo que ni siquiera lo reconocemos. “La culpa es tan omnipresente que sin importar lo que hagamos sentiremos de algún modo en nuestra mente que “deberíamos” estar haciendo otra cosa”. De alguna manera u otra proyectamos culpa sobre el mundo que nos rodea. “Es por eso que la mayoría de las personas necesitan de un enemigo”.

Hawkins nos recuerda que “no hay ganador en el juego de la culpabilidad”.

Nos invita a observarnos a nosotros mismos cuando nos dice “el primer paso para dejar de culpa es ver que estamos eligiendo culpar”. Perdonar no es reconocer una equivocación, es soltar. Es entregar nuestra percepción completamente, abandonando todo juicio y “dado que todo juicio es realmente a uno mismo, nos hemos liberado en el proceso”.

Podemos convertir toda relación en una oportunidad para conocernos a nosotros mismos. Los otros son espejos en los que tenemos la ocasión de sentirnos y reconocernos, en los que podemos admirar nuestra alma para saber lo que tenemos que trascender, lo que tenemos que superar. Cuando aprendemos a observarnos liberamos al otro de llenar nuestras necesidades. Debemos dejar de proyectar la culpa en los demás. Tomemos conciencia de que todas nuestras proyecciones al final se vuelven contra nosotros y, si las liberamos, nos liberamos. Tal vez sea este es el gran secreto para encontrar el equilibrio y la coherencia en nuestras vidas.

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