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¿Para qué sirven las emociones?

Desde pequeños nos hemos ido guardando nuestras emociones. Cuántas veces hemos escuchado “esto no se hace así” o “compórtate de esta manera” y así, gota a gota, nuestro verdadero sentir se queda escondido muy al fondo de nosotros. ¿Cómo nos puede ayudar conocer nuestras emociones?

Por muy sofisticado y perfecto que sea al funcionamiento de nuestro cuerpo, somos algo más que el resultado de una serie de reacciones bioquímicas. Las emociones son parte del equipo básico con el que nacemos y nos van a permitir adaptarnos al entorno y a reaccionar frente al mundo. A través de ellas aprendemos a conectar con los hechos y a través de los hechos conectamos con una emoción que ya está ahí. Por eso, no podemos aprender a emocionarnos, a estar tristes o alegres.

Lo que se puede regular es el grado en el que las emociones se expresan.

Y eso tiene que ver con el entorno en el que hemos crecido. Está directamente relacionado con los valores y las creencias implícitas en la educación que hemos recibido. Es posible que hayamos nacido en una familia en la que la expresión de la rabia esté mal considerada y hemos aprendido a reprimirla; sin embargo, eso no quiere decir que no la sintamos. La emoción guardada encontrará su manera de expresarse en el cuerpo.

Este planteamiento se sustenta en los argumentos, publicados en Scientific American, del profesor Antonio Damasio, neurocientífico y profesor en la Southern California University y autor de libros como La sensación de lo que ocurre, El error de Descartes o En busca de Spinoza: neurología de la emoción y los sentimientos.

Damasio también distingue entre las emociones primarias y las sociales.

En Bioneuroemoción, estos dos tipos de emociones son fundamentales para llegar a la esencia del conflicto de una persona. La emoción primaria u oculta es aquella que se sintió en un momento de impacto pero que, sin embargo, se reprimió por no ser aceptada socialmente. En cambio, la emoción secundaria o social es la que se pudo expresar y que esconde un sufrimiento que no se quiere mostrar por tabúes o creencias.

Primero es la emoción y luego el razonamiento. Sentimos una emoción y después le damos una explicación racional a lo que nos pasa. Nos alejamos del sentimiento cuando entramos en la explicación. Si aprendiéramos a no justificarnos, sabríamos, sin pensar, lo que sentimos.

Cuando nos pasa algo, cuando vivimos una experiencia bien sea por un impacto o por una situación acumulativa, experimentamos emociones que son automáticas y a las que no prestamos la debida atención. Estas emociones generan sentimientos y éstas pensamientos. Conocer nuestra forma de pensar, distinguir nuestros sentimientos y ser conscientes de nuestras emociones es fundamental para el equilibrio de nuestro sistema, fundamental para vivir en coherencia y armonía y, según Damasio, “quizás, signifique también más salud”.

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